El Guadalquivir
en Córdoba fue también rio vivo, de crecida súbita de arena y agua turbia,
hábitat de bichos y plantas, madera de viga de chopo y teja verde de choza y
chozo de orilla, de peces y ranas, pájaros y cabras.
El río vivo y
vivido llegó a ser un no-río muerto de aguas negras de alcantarilla y alpechín,
refugio de carpas y paraíso perdido de anguilas, bogas y esturiones, un no-río vacío
de gente y recuas, arrabal olvidado casi maldito arropado de muros de piedra de
hormigón, en un intento tras otro de dominar crecidas y mirar más el paso del
tren que la corriente del agua.
El río volvió a
ser río como corriente de agua turbia de Góngora, con orillas en ocasiones
verdes repletas de vegetación y pluma ,y en otras grises llenas de hormigón y
jardines de balcón con pájaro de hierro incluido; molinos recuperados y
cubiertos de barro con un muro de vegetación que impide la mirada cómplice río-ciudad,
ciudad-río.
El río se
despertó poco a poco para ser río visto más que vivo o vivido, un espacio más
para mirar desde el balcón y el puente que para sentir y tocar desde la orilla
o la corriente. Se despertó también una nueva conciencia-río que en forma de
plataforma de río vivo reclama un nueva cultura de río, o lo que es lo mismo,
una nueva forma de ver, hacer y sentir en el río.
Imágenes:
http://www.naif.enredados.com/cuadros.html
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