lunes, 15 de agosto de 2016

Paul Gwynne y el Guadalquivir

Ernest Slater no gustaba de ranas, menos aún de sapos. De insignificantes y fanfarronas tildaba el autor a las primeras que ni siquiera merecía la pena mirar; y a los sapos, tenores desafinados del Guadalquivir, dedicaba epitafio singular por hablar demasiado.

Ernesto, que escriba con el pseudónimo de Paul Gwynne sobre el Guadalquivir a principios del siglo pasado, no era amante pues de batracios, y parece que tampoco de galápagos y culebras. Sin embargo, Ernesto, como otros viajeros románticos que lo precedieron, era alma enamorada del pasado glorioso del Gran Río, y además defensor acérrimo del regeneracionismo hidráulico y el determinismo fluvial, cuestiones no exentas de polémica bien entendida, pero justificadas desde la formación y experiencia del autor en eso del agua, el regadío y la electricidad.
El Guadalquivir, su personalidad y sus gentes es un libro sobre el viaje que el autor realiza acompañado de Ángel Pizarro, maestro malogrado por caer en el vicio de escribir y en la irrefrenable pasión por los libros. Desde Quesada a Sanlúcar viajero y guía recorrerán caminos de carne o herradura, llenando las alforjas de historias, tipos y quizá tópicos también de los pueblos y gentes del Guadalquivir y por extensión de Andalucía.

Cerca ya del décimo aniversario de la primera edición traducida por Victoria León, dedicamos esta entrada a Ernest(o) Slater (1869-1942) que no gustaba de ranas pero sí de cigarreras y bailaoras de boleros, princesas hechizadas que sin saberlo Ernesto cantaban a orillas del Guadalquivir en las noches de luna clara.

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