sábado, 20 de diciembre de 2014

Ríos de sal


Arroyo de la Salina (Baena, Córdoba)
Volvemos a encontrarnos después de meses de sequía literaria que no de trabajo y estudio de nuestros ríos. Durante este último año hemos andado por ríos y arroyos salados de Córdoba, Jaén y Sevilla. Cauces como los del Guadajoz, Salsum Flumen, el río Cabra, o el Salado de Porcuna se tiñen de blanco en verano y nos recuerdan tiempos pasados de gloria y Oro Blanco.
Arroyos como el Vaquillero, Cea, Granadillo, Saladillo y un buen número de Salados de las dos grandes cuencas de Córdoba, la del Guadajoz y el Genil, guardan otras tantas fuentes, pozos y manantiales salados que durante cientos de años permitieron una actividad económica singular y única, hoy olvidada por la mayor parte de la sociedad, como el aprovechamiento de la sal de interior o de manantial.
Precisamente por lo salado de sus aguas y la irregularidad de sus aportaciones, el aprovechamiento de las manantiales y arroyos salados ha estado aparentemente más cerca del ámbito minero-industrial que el hidrológico. A finales del siglo XIX, tiempos de grandes cambios en la legislación sobre minas, la explotación de los manantiales salados quedaron fuera del ámbito minero [1]. Y así parece que quedaron puesto que posteriores textos normativos sobre la materia poco o nada dicen al respecto.
La sal ha sido tradicionalmente obtenida en minas tradicionales, en grandes salinas del litoral y en algunas explotaciones asociadas a lagunas de interior como las de Fuentidueña (Málaga) y el Gosque (Sevilla), espacios en los que por su volumen de producción y técnicas de extracción justificarían su vínculo con la minería tradicional. Sin embargo, en estos ríos y arroyos, el aprovechamiento de la sal has estado presente hasta mediados del siglo pasado en forma de cientos de salinas de manantial en contexto más próximo a lo agrario que a lo minero, como señalábamos en una entrada anterior [2].
Desde la planificación hidrológica, lo poco atractivo de sus aguas para el abastecimiento y el regadío, las corrientes saladas parece que también quedaron fuera del ámbito de la gestión tradicional de los recursos hídricos, centrada más en corrientes y acuíferos dulces con aguas de mayor “calidad”.
Y si desde el ámbito minero e hidrológico las corrientes saladas parecen que quedaron en el limbo, se nos antoja que lo mismo pasó en materia de medio ambiente. Las aguas saladas de interior son fuente de vida, de hábitat de especial interés y especies singulares de flora y fauna que despiertan el interés de la administración ambiental… siempre y cuando aparezcan en forma de laguna salada con su correspondiente avifauna de interés. Las corrientes saladas quedaron pues como objeto raro de interés para algunos grupos de investigación del ámbito académico como ecosistemas “singulares”, “extremos”, pero también únicos y endémicos en el contexto europeo [3].

Desde Viviendo Ríos subrayamos el valor natural y cultural de nuestras corrientes saladas, valores que por su singularidad y rareza adquieren mayor relevancia en una política común en materia de aguas y medioambiente. Reclamamos también a las diferentes administraciones competentes que despierten del letargo y fomenten estudios de caracterización y en su caso, puesta en valor, de estos ríos y arroyos, generalmente olvidados y abandonados a su mala suerte…

Arroyo del Vaquillero (Baena, Cordoba)

[1] Orden de 25 de Junio de 1871, Los manantiales de agua salada no deben ser objeto de concesión especial minera. En: Legislación de Minas. Madrid. 1875.
[2] MELLADO, E. (2011). Salineros. Campesinos de lo salado. Viviendo ríos. http://viviendorios.blogspot.com.es/2011/12/salineros-campesinos-de-lo-salado.html

[3] ARRIBAS, P.; GUTIÉRREZ-CÁNOVAS, C.; ABELLÁN, P.; SÁNCHEZ-FERNÁNDEZ, S.; PICAZO, F.; VELASCO, J.; MILLÁN, A. (2009). Tipificación de los ríos salinos ibéricos. Ecosistemas 18 (3): 1-13.

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