lunes, 20 de septiembre de 2010

Una de inundaciones

Con motivo de las últimas inundaciones del Guadalete en Jerez y la serie entradas “El río que nos lleva” del magnífico blog de los hermanos García Lázaro (1), hice una breve reflexión que mandé a Agustín. Incluyo estas ideas casi un año después, a punto de empezar una nueva temporada de lluvias con embalses casi llenos, y el inicio de las actuaciones de mejora de la capacidad de desagüe del Guadalete en el entorno de Jerez. Ni este comentario ni dichas actuaciones por si solas son suficientes para resolver el tema complejo de las inundaciones. Desde Viviendo ríos iremos poco a poco intentando a portar ideas que enriquezcan del debate y puedan ayudar a buscar soluciones entre todos los implicados.

El Guadalete, nuestro Guadalete, dejó de ser río hace tiempo. De ello se encargó, no los pantanos que se construyeron, sino nosotros mismos cuando decidimos embalsar las aguas corrientes para nuestro provecho. Decidimos que el agua debía regar cultivos, que las crecidas periódicas que otrora abonaban las vegas del Guadalete, no eran necesarias, y que fueran sustituidas por nitrato de Chile o Puertollano.
Nuestra es también la culpa de olvidar lo que el Guadalete fue, un río con avenidas y estiaje natural, o lo que es mismo, un río vivo. Seguimos pensando que fue domesticado por muros de piedra y motas de arena o escolleras para proteger nuestros campos y casas, pero olvidamos que el agua entiende poco de cotas, hormigón e ingeniería, y menos de riesgos de inundación.
Seguimos viendo lo que el río no es, un canal o una tubería de plomo que con el paso del tiempo se llena de cal, se obtura y al final revienta. Vemos al Guadalete desde lejos, como si nunca fuera ni nuestro ni de nadie por ser de todos (no sólo de los regantes). Olvidamos otras inundaciones pasadas, con los mimos embalses y canales, e incluso hasta donde llegaron las aguas. Seguimos construyendo, transformando casas de labranza y aperos en viviendas, ocupadas con "c" o con "k".
Pero lo que es peor, aunque veamos al Guadalete como en las crecidas de los 90, olvidamos las imágenes de los 80, 70 y 60, y así cada 10 u 11 años atrás en los que el río parece reclamar lo que un día fuera suyo y que durante miles de años alimentó. Olvidamos también que cuando trazamos nuestros pueblos, construimos sus vías de comunicación, cifras como 500 años, 300, 100 años no son más que estadísticas imposibles, como si cualquier periodo de tiempo superior a cuatro años no fuera con nosotros (o lo que es lo mismo, con nuestros políticos).
El río nos lleva, pero también nos condena a la ceguera, a la pérdida de la memoria, y así, como pastores de la Arcadía castigados por las ninfas del agua, a la locura y al olvido.

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