En el ámbito de la planificación hidrológica los
ríos son masas de agua de carácter natural o muy modificadas que de acuerdo con
la Directiva Marco del Agua deben alcanzar unos determinados objetivos de
calidad ecológica según su tipología: el buen estado o potencial ecológico. Los
ríos forman parte también de los sistemas de explotación de la cuenca o la demarcación
hidrográfica correspondiente; su aprovechamiento como recurso hídrico está
condicionado por el cumplimiento de los objetivos medioambientales así como los
criterios de gestión de ajuste oferta-demanda de agua entre diferentes sectores
de usuarios.
Sin embargo, más allá de lo ambiental y lo
hidráulico, los ríos son mucho más. Así, en el ámbito del paisaje, el fluir del
agua dibuja líneas y bandas de diferente textura y forma que destacan en el
fondo árido o semiárido de nuestro entorno; en el de la salud, espacios
terapéuticos donde reponer cuerpo y espíritu; y en el del ocio y el deporte,
escenarios naturales o seminaturales de actividad recreativa o práctica
deportiva. Los ríos, como ecosistemas naturales o transformados, ofrecen
diferentes bienes y servicios, que pueden ser evaluados desde diferentes
perspectivas sectoriales y un principio general: el desarrollo sostenible.
Desde la cultura, ahora también pilar fundamental de
la sostenibilidad, los ríos son fuente de inspiración de la creación y
recreación cultural; objeto de estudio histórico y antropológico de un
determinado territorio o una comunidad; elemento fundamental de un paisaje
cultural; y ámbito particular de patrimonios específicos como el arqueológico, el
industrial, el etnológico y el documental.
Como sistema complejo, la gestión del río, debería
de superar modelos de gestión monocolor. El verde de la política medioambiental,
el gris de la infraestructura y el azul del recurso hídrico están obligados a
entenderse y mezclarse en una misma mesa y paleta, a la que habría que añadir el
nuevo tono o al menos matiz anaranjado de la cultura. Así, la declaración de un
molino o una central hidroeléctrica como Bien de Interés Cultural no debería
ser ejercicio de patrimonialización exclusivo de la política cultural ni excluyente
de la medioambiental ni la de aguas. En el otro sentido, tanto de lo mismo; la restauración
de un molino (protegido o no) tampoco debería ser proyecto exclusivo de
ingeniería y excluyente de la intervención arqueológica y la aproximación historiográfica
y documental.
Esto que en teoría parece fácil, lógico y obligado en
el ámbito de la optimización de la inversión pública, así como en el de la cooperación
interadministrativa y territorial, en la práctica resulta complicado y, salvo
ejemplos puntuales, tarea casi imposible. El técnico de cultura no entiende o
atiende razones ambientales para liberar ríos, el de medioambiente tampoco de
la importancia de esta o aquella presa romana, y el de la comunidad de regantes
porqué unos y otros se empeñan en hablar de patrimonio cultural y natural
cuando lo que en realidad importa según sus usuarios son nuevas infraestructuras
de regulación y más agua para fijar la población al territorio y llenar la
España vaciada.
Desde Viviendo Ríos alentamos la idea del Río Vivo y
la Biodiversidad, también la del río como oportunidad y recurso de desarrollo
económico responsable sea desde el regadío, la producción energética o el
turismo, pero sobre todo, reivindicamos la del Río Vivido y la Cliodiversidad.
Reclamamos un ámbito nuevo de la gestión fluvial desde la cultura con carácter complementario
(y por tanto necesario) en el que el río (a escala de cuenca o tramo) debería
ser motivo de encuentro de diferentes visiones y expectativas, pero también de
recuerdos, historias y patrimonio común. Ahora en plena revisión de la planificación
hidrológica es el momento de compartir y decidir problemas y estrategias de
acción a corto, medio y largo… TAMBIÉN DESDE LA CULTURA.
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